Hay quién dice que La Cubana se repite y que hace años que representa el mismo espectáculo. También hay los que piensan que ya han agotado la fórmula o que su estilo ha quedado anticuado, pasado de moda. Yo soy, en cambio, de los que opinan todo el contrario. Pienso que La Cubana es un estilo en sí mismo, un subgénero que ha creado escuela y del que tenemos que dar gracias de que se haya creado aquí, tan cerca nuestro. Con la fantástica exposición conmemorativa que se vio el año pasado en Sitges ya te podías hacer la idea de que todo surge de una firme voluntad de entretener, de transcender el teatro popular y de calle, de hurgar en las miserias y peculiaridades de nuestra sociedad de una forma sana y sobre todo divertida. Unos pilares fundamentales para levantar una maquinaria que funciona por sí sola. Eso sí, con la ayuda de grandes profesionales y colaboradores habituales: Jordi Milán (dirección), Joan Vives (composición), Cristina López (vestuario), los hermanos Castells (escenografía), etc.
Adéu, Arturo empieza casi como una revista, con un largo desfile de personajes que vienen a ofrecer sus respetos al artista Arturo Cirera Mompou. Los números cómicos van alternándose con números musicales, pasando de la ópera a la canción mexicana, cubana o al baile escocés. Una vez acabado el funeral, sin embargo, la obra continúa… y esta vez nos acercamos más a Campanades de boda, con su particular sainete sobre las trifulcas familiares entorno una herencia. Dos partes muy diferenciadas para dar cabida a todo aquello que el público espera de La Cubana.
Es posible que las dos partes queden un poco descompensadas, o que algunas escenas se alarguen excesivamente, sin un objetivo demasiado concreto. Pero está claro que los espectáculos de esta compañía no se pueden analizar desde un punto de vista estructural ni se les puede exigir una coherencia global. Obedecen a otros criterios, más próximos al teatro de calle y a la performance. En este sentido, no hay quién los gane. Su teatro tendrá argumentos sencillos, objetivos muy simples, pero desde que empieza la función hasta que acaba no dejan de pasar cosas en el escenario y el público forma parte de ello desde antes de entrar al teatro. La Cubana nunca olvida al público ni lo deja de lado ni un solo minuto, y esto siempre se agradece.