Hay espectáculos que convencen a crítica y público por su contundencia, la perfección de su texto o por su originalidad. Otros, en cambio, simplemente, se hacen querer. Cómo si se tratara de una invitación a tomar una taza de café en el comedor de su casa, la compañía Cametes Teatre ofrece una de esas pequeñas propuestas que dejan buen sabor de boca por su delicadeza, su espíritu tierno y el amor por los pequeños detalles. Pensada como espectáculo de proximidad, el carisma de las actrices y los pocos elementos escenográficos generan una atmósfera francamente acogedora que transmite un buen rollo bastante alentador. La historia explica la relación entre cuatro hermanas que han perdido a su madre recientemente y cómo, entre todas, tratan de salir adelante, mirar la vida de cara y solucionar los obstáculos emocionales de cada una. El único problema que tiene este montaje tan tierno, en realidad, es que se echa de menos un desarrollo más minucioso de los conflictos de los personajes. El naturalismo del espectáculo es su fuerte y con esto podríamos tener bastante. Pero, seguramente, si cada dificultad que va surgiendo sirviera para avanzar hacia un clímax final más intenso y cohesionado con una historia global, en vez de resolverse de una manera fugaz y separada, sólo con el aprecio y las buenas intenciones fraternales, el resultado sería mucho más satisfactorio. Lo que tenemos, no obstante, tiene también un gran valor: una especie de compilación de pequeños episodios como si fueran fotos de uno de esos álbumes de recuerdos familiar con los que a tanta gente le gusta pasar las tardes de domingo.
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