Una gran sábana blanca oculta el escenario que es destapado lentamente por todos los personajes de la obra. Es una bonita manera de levantar el telón.
Los dioses buscan una buena persona entre los habitantes de la tierra. El aguador Wang los ayuda a buscar un alojamiento entre los habitantes de Sezuan. Sólo Xen Te, la prostituta, los acoge y en recompensa, la ayudan a montar un pequeño negocio que no podrá mantener en una sociedad llena de miseria, hambre e insolidaridad. Xen Te da más de lo que tiene a las personas que la rodean, lo da todo incluso su amor a quien únicamente quiere exprimirla en beneficio propio. Para no quedarse vacía de bienes y sentimientos, tiene que desdoblarse en otra persona que la proteja: su primo Xui Ta. De este desdoblamiento de personalidad surge la trama: la difícil convivencia en igualdad de condiciones entre el bien y el mal.
Para Brecht el teatro tiene que poner en escena todo lo que sucede en la actualidad del espectador y también se pregunta el porqué de la misma para poder cambiar la sociedad y pueda aparecer la esperanza. Para él la ingenuidad es la clave para la transformación del mundo. Por esto Xen Te, la buena persona, la prostituta favorecida por los dioses es la protagonista de esta historia.
Bertolt Brecht tuvo que emigrar a Dinamarca por sus ideas comunistas en el año 33 cuando el régimen nazi llegó al poder. Sus obras fueron quemadas y prohibidas hasta 1945. El objetivo de Brecht era el de contribuir al cambio social. Muestra en su teatro las opciones que el comunismo puede ofrecer al pueblo alemán golpeado por la crisis. Creo que por este motivo el primo de Xen Te ofrece al pueblo mendicante el trabajo como fuente de ingresos y de progreso aunque después evolucione hacia el capitalismo más desatado y cruel.
Los actores y actrices (algunos con diferentes papeles) dan solidez a la obra. Especialmente remarcable es el trabajo de Clara Segura, impecable como siempre y el de Toni Gomia, espléndido tanto verbal como gestualmente.
La música, desde Bon Dylan hasta melodías griegas o más orientales es atemporal y por esto encaja tan bien en este texto que también es eterno. Joan Garriga entra en el escenario con su concertina o su guitarra participando con su voz tan característica, disfónica y sentimental. La música llena el texto, transmite emociones y las contagia al público.
La sábana blanca vuelve a ser depositada en el escenario por donde caminaran los actores/actrices para el epílogo final, un final que transmite la incertidumbre, la duda, la inseguridad, el escepticismo: “ahora público amable, no quedes descontento, sabemos que este final no es demasiado convincente”. Pero Brecht lo hizo así, no porque no dispusiera de elementos para un bonito final sino porque deja que nosotros encontremos la respuesta.
El mejor Broggi os espera.