Cuando uno va al teatro puede ir con unas expectativas previas que a menudo pueden defraudarlo. Acostumbra a ser un problema del espectador, o incluso de los programas de mano o las informaciones que alimentan una fantasía que después no se cumple. Últimamente nos encontramos con otra variante: las obras que empiezan ofreciendo unas expectativas y las acaban abandonando al poco rato, a veces por querer tratar demasiados temas y a veces por no querer mojarse en exceso. A Justicia le pasan las dos cosas, puesto que empieza con una interesante radiografía de una familia de la alta burguesía catalana, de aquellas de misa diaria, aspiraciones políticas de derechas, casita de veraneo en el Ampurdán y peregrinaciones a Montserrat cada cierto tiempo. Por un momento se adivina un perfil que conocemos y en el que nos gustaría entrar a fondo, sobre todo cuando un enorme cartel anuncia que estamos en el año 2020 y la actualidad coge un peso que podría ser decisivo en la trama. Pero todo se para aquí, porque la trama se diversifica en varios temas, e incluso en varias épocas. Parece que Guillem Clua se ha decantado finalmente por ofrecernos un tipo de auca que nos pasea por la Cataluña burguesa, desde el final de la Guerra Civil hasta la actualidad. Una saga en la que las relaciones familiares cogen mucho más peso que el contexto que las rodea, y dónde finalmente lo que podría haber sido una radiografía social se acaba convirtiendo en un tipo de melodrama que tropieza en lugares comunes… y que da una cierta sensación de déjà vu.
A pesar de todo, Justicia es una obra ambiciosa y contundente, y lo digo como un elogio. No llega a los referentes que se pone como objetivo –Agost o Àngels a América están muy presentes- pero lo intenta, y esto ya es todo un mérito. Por otro lado, la obra luce por una producción grandilocuente (la escenografía de Paco Azorín es de las más espectaculares de los últimos años) y una dirección que todo el rato busca profundidad y dramatismo. Josep Maria Pou, como era de esperar, aporta una presencia impagable… a pesar de que se trata de un reparto muy coral, del que destacan intermitentemente Vicky Peña, Anna Sahun y Roger Coma. En definitiva, una obra que juega todas sus cartas y nos muestra muy bien donde quería llegar y por donde quería transitar… aunque finalmente haya cogido carreteras secundarias.