Las obras como Johnny Chico son simplemente necesarias.
Creo que podría acabar mi recomendación solo con esa frase, básicamente para no dar más pistas y que cada persona que vaya a verla la disfrute y se emocione a su manera. Hay que ir a verla, hay que dejar que te atraviese y dejarte llevar por el viajazo emocional que propone esta valiente, y desgraciadamente actual, propuesta.
Pero si necesitáis más argumentos, os diré que Víctor Palmero, como único actor en escena, pero con el que vemos algo como una decena de personajes, está majestuoso: te hace disfrutar, sufrir, emocionarte, llorar, reír a carcajadas… Se desnuda emocionalmente ante el patio de butacas, se deja la piel en cada escena… durante hora y media, con una energía que no decae en ningún momento y un trabajo de movimiento muy bien cuidado, nos cuenta la historia de una persona que no encaja, que tiene que escapar una y mil veces de situaciones extremas, en busca de su identidad, de quién es o de quién quiere ser. Todo ello dirigido de manera brillante por Eduard Costa.
Mención especial merece la escenografía, sonido e iluminación, que te transportan conjuntamente en cada momento a cada rincón de la vida de Johnny, sin dejar pasar ni un solo detalle.
La obra es del autor australiano Stephen House, y al darle los derechos para representarla a Palmero le comentó si no quería «una obra suya más actual» (el texto es de los 90). Realmente no podría estar ahora mismo más vigente. Un soplo de realidad que todo el mundo debería ver, ya que muchas veces el punto de vista de cada persona es tan solo una opinión sesgada que puede cambiar y generar una mirada más amplia cuando nos ponemos en la piel de otra persona y quizás, con esta obra, cambiemos pensamientos y opiniones. Una obra de la que es imposible salir igual que has entrado, tiene un halo transformador brutal.