El hecho de encontrarse a los actores jugando un partido de fútbol antes de empezar el espectáculo en medio del escenario y vestidos con su ropa personal (según indica el programa de mano) ya nos da muchas pistas de cuál es el espíritu de la propuesta. Y es que este Chéjov adaptado y dirigido por Àlex Rigola no hace muchas concesiones al academicismo teatral, apostando, más bien, por la naturalidad (sostenida sobre el notable talento de sus actores) y dejando que la fuerza de su texto hable por ella misma. El ejercicio funciona con gran eficacia y todos sus recursos, en algún caso, algo efectistas, están muy bien integrados y tienen el suficiente sentido como para resultar convincentes. Quizás, en algún momento, la intensidad dramática parece un poco impostada pero se tiene que reconocer que la atmósfera y el tono son tan magnéticos como su peculiar estética. Rigola vuelve a demostrar que el atrevimiento no está reñido con la consistencia y que la contención y la pasión son elementos que pueden convivir en un mismo montaje. Tan atractiva como aparentemente sencilla, es muy gratificante comprobar que una pieza clásica se puede abordar con personalidad visual y conseguir que el turbulento mundo interior de los personajes trascienda y emocione.
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