Los actores esperan al público jugando un partido de fútbol, y vestidos con su ropa personal. Durante la representación utilizan sus propios nombres e incluso ilustran el inicio de la obra con fotografías de su niñez o juventud. Juegos extrateatrales que intentan borrar la ficción o poner los límites en unos márgenes que no son los habituales. Todo ello para acercarnos al drama de Ivànov desde otra perspectiva: más honesta, contemporánea, desnuda de artificios y de algunos tópicos burgueses con los que se acostumbra a servir el teatro de Chejov.
El gran mérito de Rigola es que hace y deshace lo que quiere con su versión de Ivànov, pero sin traicionar nunca a los personajes ni al autor. A pesar de que reconocemos algunos de sus recursos habituales y aceptamos muchas de las piruetas que se inventa, sabemos que detrás de todo hay un gran respeto por el texto y un estudio profundo de los personajes y las situaciones. Por eso nos da igual que los personajes se llamen Joan, Nao o Pau Roca, porque enseguida encontramos un paisaje desolado y unos hombres y mujeres que nos remiten rápidamente al universo Chejoviano. Sin ningún tipo de duda, estamos ante un gran trabajo de Rigola. Un trabajo que nos acerca a su primera época, cuando fascinaba y sorprendía con Woyzeck o con aquel Titus Andrònic que se presentó en el Lliure de Gràcia ahora ya hace unos diecisiete años… Un agradable reencuentro.