Camisetas del Betis, cantos bizantinos desde lugares insospechados, palomitas lanzadas con desprecio, monedas que caen, danza en el suelo, una soprano, lloros y risas literalmente contagiadas. En medio, el irreverente sonido del Niño de Elche y el virtuoso taconeado de Israel Galván. Ya lo dice el título, esto es una fiesta. Con invitados de lo más variopintos. Un baile fresco y lleno de fuerza en el que mandan la libertad y el ser uno mismo. Un cante a la horterada y al frikismo orgullosos de ellos mismos. Y por supuesto una provocación hacia el público que es amada y odiada a partes iguales – como demostraron la multitud que fue abandonando progresivamente el teatro Grec y las personas que se levantaron entre vítores en los aplausos-.
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