No es ningún secreto que a Jordi Casanovas le gusta tratar, de vez en cuando, temas que todavía son noticia, que todavía acaparan noticiarios y nutren muchas tertulias mediáticas… o de café. A veces lo hace desde el documento puro y duro (Ruz-Bárcenas, Jauría) y otros desde la ficción, como en el caso de Alguns dies d’ahir o la que ahora nos ocupa. Y además, en el caso de Immunitat podríamos decir que ha sumado su habilidad para el thriller, para el juego escénico y la comedia teñida de reflexión. El resultado es sorprendente, y muy efectivo. Una especie de Mètode Grönholm de cariz social, pero con una mirada propia, particular, y una serie de giros dramáticos que descolocan y emocionan.
Immunitat encierra a seis personajes en una habitación y los somete a una especie de muestreo demográfico con el objetivo de mejorar la gestión política en caso de futuras crisis. Se habla de la última pandemia, de los efectos que ha tenido en cada uno de ellos, de las cosas que se hicieron mal, de las oportunidades perdidas… Pero también estamos ante un ejercicio de democracia -un poco perverso, todo hay que decirlo- que acaba dando resultados muy interesantes, extrapolables a otros muchos temas. Quizás no obtendremos una solución clara, ni tampoco la inmunidad prometida, pero al menos nos habremos interrogado sobre quienes somos, cómo nos comportamos y cómo tenemos que hacer frente a determinadas situaciones. La obra se decanta finalmente hacia la positividad, hacia la esperanza… y quizás aquí es donde flaquea un poco, puesto que tiene que hacer algunas concesiones para llegar. Pero, sea como sea, el texto es brillante, inteligente y con una carga de profundidad que va más allá de la función
Y si Casanovas perfecciona cada vez más sus escritos, lo mismo se puede decir de su tarea como director. Creo que sabe dosificar muy bien la tensión, sabe cómo llevarla y también como acabar en un punto muy álgido determinadas escenas. También ha acertado con la escenografía elegida (atención con el techo lumínico, casi un personaje más) y con la dirección de actores, que es realmente meritoria. Todos están muy bien y todos tienen su momento de lucimiento, aunque es un placer volver a ver a Vicenta Ndongo y Mercè Pons en dos personajes de peso, y de mucha carga emocional. Lo mismo puedo decir de un Òscar Muñoz que me ha llegado a poner la carne de gallina… Un gran reparto para una obra que merece elogios, y también espectadores. Sé que da pereza ir a ver una obra que habla de la pandemia -a mí me daba-, pero también hay que decir que habla de muchas cosas más… aparte de ser un entretenimiento de primera.