Los Fontanals y los Isern son dos familias barcelonesas que se han ido encontrando a lo largo de las décadas. Desde 1898 hasta 1978 o al revés, según se mire. Eso sí, lo que no cambia es un año y un sitio clave en su historia común: el 1938 en Sant Felip Neri. Ahora, quizás encontráis un poco descabellado todo este baile de cifras de años, pero todo tiene un sentido en IF-FI que, a través de la historia de estas dos familias, pone el foco en la idea del tiempo.
En esta ocasión, se nos propone una obra teatral concebida de una manera bastante poco habitual. Los espectadores se dividen en dos salas –si vas acompañado es interesante separarse para vivir la experiencia de una manera diferente-: en una los intérpretes explican la historia de los años de los extremso al punto central y, en la otra, se narra del punto clave a los extremos. Dos familias, dos maneras de explicar la historia, y todo culminado con un denominado “agujero negro” que sirve para redondear la trama.
Como técnica teatral se trata de una gran experiencia para el espectador, que se va adentrando en la historia de una manera natural hasta quedar atrapado por los personajes. La intriga va creciendo mientras especulas por saber de dónde vienen y dónde acabarán las dos familias (o al revés). El trabajo actoral es excelente, especialmente en la vertiente de los intérpretes masculinos, que consiguen mimetizarse con sus personajes.
La puesta en escena es un juego de malabarismos que funciona muy bien, con un apartado más visual – el que corresponde al paso de los años- y otro de interacción con el público, que tiene que avanzar o retroceder con sus sillas por el escenario. Este juego crea un vínculo necesario y muy inteligente entre el espectador y la obra.
La estructura de la narración, dividida en tres partes, dos de ellas con los espectadores separados y una última en un fosar conjunto, funciona muy bien para la historia que se está explicando, aunque la intensidad que se consigue con las dos primeras partes queda desinflada en el final. El tercer acto se dilata demasiado en el tiempo, explicando los agujeros de algunas escenas anteriores que no hacía falta, que se podrían haber sobreentendido, creando un lazo más fuerte con el espectador. Seguramente, con un texto más reducido en esta última parte, la obra hubiera acabado de redondearse, obligando al público a quedarse enganchado hasta el último minuto. En vez de eso, este texto excesivamente largo y explicativo hace que el espectador acabe desconectando de un momento a otro, al mismo tiempo que se plantea si no hubiera estado mejor quedarse sin ver este final.