Esta expresión es un eufemismo (¿un sarcasmo macabro?) que usaban los guardianes de los campos de exterminio nazi para denominar las rampas de acceso a las cámaras de gas; Himmelweg en alemán. A partir de un hecho histórico (el engaño a un delegado de la Cruz Roja) Mayorga nos explica la mutación de campo en tranquilo pueblo. El comandante (personaje delirante, presionado por Berlín)) escoge como “alcalde” a un prisionero que se ve obligado a ayudarlo a montar la farsa. Lo terrible es que no sabe si con esta colaboración obtendrá la redención para la gente de su grupo o sólo está ganando tiempo a la muerte. Buena puesta en escena (dentro los límites de la Sala Atrium) y buena dirección de Raimon Molins. Id a verla, aunque haga daño.
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