El hecho de que los artistas y las productoras de nuestro país se hayan visto en la necesidad de apostar tanto por obras de pequeño formato, con solo dos o tres intérpretes sobre el escenario, ha propiciado, por otro lado, que proliferen un buen puñado de pequeñas joyas que son ya, prácticamente, parte de nuestro patrimonio cultural. Como si nos estuviéramos especializando en el formato, Herència abandonada se suma a esta tendencia (con sello Sala Flyhard, en cierto modo) que resulta, en realidad, muy atractiva, cuando el texto y los actores consiguen enganchar el espectador. Lara Díez Quintanilla ha confeccionado en esta pieza un juego de incomodidades muy interesante donde se mezclan temas como la familia, la pérdida, los deseos inconfesables y las carencias afectivas. La historia junta en una situación de espera a dos personajes, interpretados con audacia por Francesca Vadell y Ramon Bonvehí, donde las conversaciones de ascensor y anécdotas profesionales nos transportan, poco a poco, a un intercambio secretos íntimos, anécdotas inesperadas u ofrecimientos de lo más estrafalarios. En este sentido, el patetismo del clímax final de estos dos tristes personajes resulta quizás lo más extrañamiento cautivador de todo el conjunto. En definitiva, se trata de un montaje diferente, arriesgado, que apuesta por un humor ácido, macabro i absurdo detrás del cual se esconde una historia más dramática y profunda de lo que puede parecer a simple vista.
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