Después de conseguir hacer un trabajo redondo y preciso, es complicado hacer una segunda parte. Sobre todo, por las expectativas o la incredulidad que puede proyectar una nueva producción que siga la línea. Por eso, la inspiración y la inquietud de los artistas es tan importante para conseguir el objetivo de volver a maravillar.
Sergi Belbel y Enric Cambray se vuelven a unir en esta obra para desgranar el segundo acto de Hamlet. Repasando las réplicas de unos y otros personajes, se aprovecha para hacer una retrospectiva muy interesante al personaje y al texto de Shakespeare.
El público queda boquiabierto ante el maestrazgo de Belbel para engranar el texto del Bardo con la disección de la obra y estructurarlo con humor y ritmo. Combinar estos elementos y hacer que sea un espectáculo ameno que provoque ganas de continuar sabiendo más de la obra es muy difícil, pero se consigue con creces.
Un escenario sencillo y un Hamlet, en formato monólogo cómico, que habla de tú a tú con el patio de butacas y lo anima a participar en todo este descubrimiento de los secretos que esconde el texto literario, son los únicos elementos necesarios para captivar y enamorar al público.
En la primera parte ya se pudo ver, peso en esta es aún más evidente el enorme trabajo que lleva a cabo Cambray para enfundarse en el personaje y mantenerlo vivo y latente, con la energía al máximo, durante dos horas. Su destreza para navegada entre el análisis del texto y la contundencia para recitar los pasajes de la dramaturgia es impresionante. Es su Hamlet, divertido y presumido, quien, con su propia puesta en escena, hipnotiza a la espectadora y la deja atrapada en una experiencia muy especial. Cambray, no hay duda, es una bestia escénica.
Conocer al personaje principal y su historia no es necesario, porque el viaje al que invita esta producción es, más que recomendable, necesario para poder disfrutar del teatro en su esencia más primaria.