Los seres humanos tienden a reflexionar sobre si mismos más de lo que estarían nunca dispuestos a confesar. La autocompasión y la generación espontánea de autoestima es unos de los trazos característicos que menos se acostumbran a admitir, pero que están al orden del día. Es interesante este autoanálisis de la persona, más aún si se trata de un individuo con un cierto grado de celebridad.
“Ser o no ser, esta es la cuestión” se preguntaba Hamlet y bien, aquí sigue el dilema. En un monólogo de dos horas es hace un repaso de parte de la obra de Shakespeare, pero también una recopilación de reflexiones sobre otros personajes de la historia del teatro y la cultura.
Esta producción es una espectacular disección del personaje y del texto del bardo. Desde un punto de vista original y muy juguetón, Sergi Belbel sabe extraer al príncipe dramático de la obra y hacerlo más cercano al público. El mismo protagonista explica qué piensa del relato y de la forma en que está elaborado. Muestra un poco de su orgullo y narcisismo para venderse y mostrarse mejor que otros personajes famosos por sus réplicas. Uno de los momentos para enmarcar es la comparación con Edipo, Segismundo o el tío Vania.
Todo el texto es una filigrana muy bien cosida, con un maestrazgo palpable en el uso de las palabras que va encadenando la autocomplacencia del protagonista, que atrapa y hace cómplice a la espectadora. Interpela -como le gusta esta palabra- a cada uno de las personas que le escuchan y las engaña para que quieran mucho más.
En una palestra de monologuista cómico, Enric Cambray es una bestia escénica. Contagia la pasión por la narración, exprime cada palabra que sale de su bona y la vive, hasta el artículo más insignificante. Su cuerpo, su actitud, su movimiento… todo funciona con una sola finalidad: enganchar al público y no dejarlo respirar hasta que todo acabe. Una auténtica maravilla.
¿El único problema? Que la espectadora necesita ver todas las obras de Shakespeare en este formato y, claro, eso no puede ser (de momento).