Parece que la Compañía RetorCía, que, anteriormente, nos había ofrecido un teatro más reivindicativo y comprometido con Vete a la mierda, mí amor o Discordants, ha decidido, en esta ocasión, embarcarse en un gran proyecto comercial ideado para ser consumido por el sector más frívolo del público homosexual masculino. La ligereza y el humor grosero no tienen nada de malo pero hace falta, en cualquier caso, usarlo con inteligencia y con un sentido de la transgresión genuino si se quiere, de verdad, ir más allá de la vulgaridad. Desgraciadamente, Grinder. El musical no tiene la capacidad de aportar nada más que un buen puñado de ocurrencias descaradas para divertir su nicho de mercado y, ni así, logra su objetivo. Al texto le falta ingenio, originalidad y sorpresas: cae constantemente en la repetición y la gracia fácil y, por lo tanto, el agotamiento hace que la fórmula deje de funcionar. El problema, además, es que su pretensión de venderse como gran musical (con merchandising de camisetas y CDs, y un photocall incluido) les obliga a ampliar la duración de unas tramas insustanciales y les condena, al mismo tiempo, a quedar en evidencia por no asumir sus limitaciones presupuestarias y la poca calidad de sus canciones. Por momentos, genera cierta simpatía pero de poco sirve cuando la propuesta ni siquiera ha decidido si quiere parecerse más a un éxito de Broadway, un espectáculo de sketchs o un cabaret del Molino. Es decepcionante comprobar cómo, con seis protagonistas, el autor no es capaz de desarrollar ninguna historia con un mínimo de interés. Y esto es así por su excesiva sumisión a los estereotipos que no les permite construir unos personajes tridimensionales con conflictos reales ni nada que valga la pena. El humor, muchas veces, se basa en estereotipos, esto no es nuevo; pero una cosa es usarlos como vehículo de un estilo de comicidad y otro es ser prisionero de su estigma. Llegados a este punto, ya no sirve la excusa de la comercialidad. No nos engañamos: Smiley fue todo un éxito y estaba bien escrita, bien dirigida y, en definitiva, bien hecha.
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