Álex Rigola adapta la obra de teatro con la que David Mamet ganó el Premio Pullitzer en 1984, reduciéndola a su mínima expresión. La pieza sigue a cinco personajes de una agencia inmobiliaria a lo largo de dos únicos días, en los que se suceden todo tipo de traiciones, robos, discusiones y, en general, actitudes mezquinas.
Al margen de la ya esperada calidad de un texto que parte del referente David Mamet, Rigola mantiene a nivel escénico la que viene siendo su propuesta estética de los últimos años y lo que define la esencia de este Heartbreak Hotel en el que puede disfrutarse. Nos referimos a la reducción de todos los elementos teatrales a su mínima expresión. La única escenografía presente son dos sillas, el nombre del título de la obra escrito en el suelo, y las tarjetas con los potenciales compradores por las que se van a pelear todos los personajes. Esta apuesta por el minimalismo podría resultar arriesgada, si no fuera por la adaptación impecable y, sobre todo, por la brillante interpretación de todo el elenco de actores.
Así, el minimalismo contribuye a reforzar dos de los logros de este montaje. Por un lado, el carácter miserable de los personajes, atravesados por la precariedad y la mezquindad, se recrudece aun más al presentarse de manera completamente desnuda. Por el otro, el virtuosismo interpretativo aparece también de manera transparente, reforzando el contenido de la obra. El texto al desnudo, el minimalismo y la excelencia interpretativa -es decir, el sello de este nuevo teatro fundamental para la ciudad-, acompañados por el tamaño reducido de la sala, logran que cada silencio, cada suspiro, cada gesto mínimo, cada insulto contenido, golpeen con fuerza al espectador. Qué pena no pasar más tiempo con la potente desidia y rabia de una increíble Sandra Monclús.