De algunas celebridades se conocen sobre todo los episodios más gloriosos y los elementos más destacados de su carrera, aquello por lo que han estado distinguidas. Es cuando se pone el foco en otros aspectos que estas personas pueden ser mucho más interesantes o caer en un pozo donde son canceladas. Todo depende de quién esté mirando, quién y cómo se esté explicando.
Roald Dahl es conocido por su literatura atrevida y estremecedora dirigida a los niños y niñas: Matilda, Charlie y la fábrica de chocolate, James y el melocotón gigante, El gran gigante bonachón o Las brujas. En sus libros da validez a los miedos y los sentimientos de los niños y niñas, haciéndolos adictos a sus historias y su manera de escribir. Pero no todo era de color de rosa para este escritor británico con un pasado como soldado.
Mark Rosenblatt nos traslada en esta obra al verano de 1983, cuando Dahl se tuvo que enfrentar a las consecuencias de haber escrito una reseña de un libro (Dios lloró) sobre la invasión del Líbano por parte de Israel, donde dejaba bien claras sus opiniones contrarias al país invasor. Sus editores, pensando en el lanzamiento próximo del último libro, se aventuran a hacerle ver que necesita o retractarse o matizar sus palabras para que no se vean perjudicadas las ventas.
No es un texto fácil, sobre todo porque explica una situación compleja que está muy vigente actualmente. Se expone un conflicto, que va en paralelo al momento actual, y se presentan las diferentes visiones ante este. Rosenblatt consigue de manera inteligente y natural que la conversación, de más de dos horas, atrape a la espectadora y la deje enganchada y comprometida con el relato. La interpela de manera vívida y pasional.
Josep Maria Mestres dirige con una maestría increíble el movimiento en el escenario, las pausas y la tensión entre sus personajes. Se ve su mano en la importancia de entre todas y cada una de las palabras que dicen los y las intérpretes, de dejar la huella y un poso para que el público escuche, piense y reflexione.
Las interpretaciones son inmejorables. Precisas y verosímiles. Victòria Pagès, Pep Planas, Clàudia de Benito desaparecen tras sus personajes y se apasionan con sus vivencias. Pero es Josep Maria Pou quien, una vez más, deja con la boca abierta a la espectadora. Desde el primer paso en escena se convierte en Dahl de arriba abajo, se hace suyas las palabras del texto y de manera natural provoca, exaspera e inspira a quien tiene a su alrededor. Es, sin duda, una de las mejores actuaciones de Pou.
Llena de actualidad y de reflexiones contrapuestas, es una producción viva e interesante que no se puede perder.