Los buenos resultados del reciente y fabuloso montaje de Días felices de Samuel Beckett generaron una cierta expectativa hacia esta nueva versión de la Fedra de Jean Racine. Pero la buena sintonía de Sergi Belbel y Emma Vilarasau, como director y actriz respectivamente ya viene de lejos. Juntos han traído a lo largo de los años a nuestros escenarios grandes piezas como Tálamo (1990), El criptograma (1999) o la celebrada Agosto (2012). Ciertamente, estos dos talentos, extrañamente decepcionan. La obra, escrita el 1677 a partir de las tragedias de Eurípides y Séneca, narra la historia de la mítica esposa de Teseo, rey de Atenas, y su desgraciada existencia desde que se enamora enfermizamente de su hijastro. Belbel construye, con prudencia y un aire conservador, un universo épico, angustiando, turbio y muy respetuoso con el texto (cuya traducción, probablemente, sea mejorable). De alguna manera, repite tics habituales de puesta en escena, escenográficos y de ambiente sonoro de otras producciones que son, sin embargo, muy efectivos. De igual forma, Vilarasau, en ciertos momentos, abusa de un registro interpretativo demasiado afectado; ahora bien, en otros muchos, otorga al personaje la intensidad y el dramatismo adecuado, consiguiendo escenas verdaderamente angustiantes. El resto del reparto, sin excepción, hace un trabajo a la altura de las circunstancias a pesar de que alguno de ellos (por ejemplo, la excepcional Mercè Sampietro) tenga poco margen de lucimiento. Aparte de esto, y de algún diálogo gritado en exceso, resulta, en términos generales, un viaje satisfactorio, visualmente bellísimo, sobrecogedor, pasional y emotivo, con pasajes por el recuerdo e imágenes terroríficas que se quedan, sin remedio, a la retina.
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