Después de siete años de existencia, La Calòrica continúa demostrando que es una de las compañías emergentes más originales, efectivas y con más personalidad del panorama independiente. La asociación creativa entre el dramaturgo Joan Yago y el director Israel Solà resulta una combinación de talento cada vez más memorable a la hora de abordar las propuestas que se deciden colectivamente entre todos los miembros del grupo. Esta forma de trabajar tan democrática para escoger los temas que les importan y quieren tratar es lo que, realmente, marca en todos sus espectáculos un fuerte carácter generacional, una mirada crítica y un compromiso inherente con su contenido. Fairfly mantiene esta misma línea decantándose, en este caso, por una sátira fresca y trepidante sobre el mundo de la emprendimiento, los sueños, los ideales y las aspiraciones personales y profesionales de la juventud actual. Con un ritmo frenético y una puesta en escena (con espacio reducido) muy cercana e inteligente, el montaje consigue mantener el interés hasta el final, divertir en todo momento y abrir puertas a diferentes reflexiones. Entre diálogos ingeniosos, situaciones divertidas y un buen montón de ocurrencias, encuentra también su espacio una cierta amargura muy sana y enriquecedora ya marca de la casa. Quizás, en algún momento, la velocidad que cogen los acontecimientos de la historia hace que su verosimilitud peligre, afectando también a la identificación que puede sentir el espectador con los personajes. Sin embargo, su final soluciona narrativamente estas consideraciones y, a pesar de usar un recurso un poco tópico, resulta de una eficacia asombrosa. Por último, destacar la incorporación de la actriz Vanessa Segura, cuya naturalidad y vis cómica encaja a la perfección con el espíritu de la compañía que le permite brillar como ya ha hecho otras veces.
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