En un mundo inmerso en un colapso ecológico irreversible existen dos tipos de personas: aquellas que han decidido suicidarse y dejar tranquila a la madre naturaleza, y aquellas que intentan sobrevivir encerradas en unos refugios subterráneos autoabastecidos (públicos y privados), generando electricidad a base de su movimiento motriz y reciclando sus excrementos y orina.
Nos situamos dentro de uno de estos refugios privados donde conviven dos o tres personas, según el momento de la historia que estemos viendo. Y esta es una de las partes más interesantes de la obra, la narración creada a partir de saltos cronológicos que mantiene la atención en un público que, poco a poco, va construyendo la trama con cada segmento nuevo de información que se nos da.
Sobre la mesa se presentan diversos temas muy controvertidos. Por un lado, la consciencia del impacto del ser humano en el colapso ecológico cada vez más inevitable -irreversible en la ficción- y la admisión de la responsabilidad en esta realidad. Por otro, la actitud proactiva o no ante esta realidad, la sumisión, negación y conformidad de recibir todo como suceda, o la necesidad de hacer alguna cosa mínimamente que ayude a repararla en algún aspecto.
Con un planteamiento muy interesante y atípico -las protagonistas están dentro de un refugio literalmente-, el texto y la puesta en escena van creando expectación e interés al público con cada escena nueva. Un diálogo rápido, desgarrador y lleno de juegos de palabras llena el escenario de un ritmo trepidante, al mismo tiempo que consigue una reflexión comuna sobre cuestiones importantes referentes a la sociedad y el planeta. Temas que se tocan siempre de pasada y que en esta ocasión cogen una relevancia principal.
Los elementos del mobiliario y la puesta en escena, así como el uso de las luces y los efectos sonoros, crean una atmósfera perfecta, sencilla y eficaz. Y en medio de todo este envoltorio, bailando con las palabras y sus actuaciones, tres actrices que desaparecen tras sus personajes. Pipí, Popó y Papá nos muestras tres perfiles diferentes ante la misma situación, personajes que van evolucionando con el paso del tiempo y las circunstancias y que llegan a un final totalmente diferente. Emma Arquillué (Pipí), Laura Roig (Popó) y Daniela Brown (Papá) aportan cada una a sus personajes todos los matices posibles, desde la desconfianza a la confusión, pasando por la incertidumbre y la esperanza. Destacar a una seria una negligencia, porqué su conjunto es lo que hace funcionar todo el engranaje de esta producción.
Son 60 minutos intensos, reflexivos, pero también muy divertidos y amenos. Una vez más, se demuestra que la valentía de llevar historias diferentes sobre el escenario puede ser un gran acierto.