Sabíamos de la calidad autoral de Alberto Conejero y de su magnífica prosa. Sabíamos que la dirección de Albertí (tratándose en este caso de un monólogo) iría hacia la simplicidad escénica y el minimalismo formal. Y sabíamos también que esta era la gran oportunidad para Rubén de Eguía de demostrar el gran actor en el que se ha acabado convirtiendo, tal como ya empezamos a adivinar en Els homes i els dies. Y teniendo en cuenta todo esto, también sabíamos que sería una apuesta arriesgada, dura, no apta para un espectador que busque un entretenimiento ligero. Sabíamos que teníamos que hacer un esfuerzo como público, y creo que hacerlo acaba valiendo realmente la pena.
El resultado de En mitad de tanto fuego es una reflexión sobre el amor homosexual y sobre la violencia, siempre innecesaria y absurda. Y lo hace a expensas de la Grecia clásica, de La Ilíada y de personajes como Aquiles y Patroclo. Durante algo más de una hora nos acercamos a las divinidades, a seres fantásticos como los faunos, a batallas antológicas… pero en el fondo se nos está hablando de cosas básicas, de sentimientos muy simples y también muy valiosos. Y todo esto en un espacio prácticamente vacío, muy bien iluminado, y con una interpretación matizada y audaz. De Eguía sabe captar la atención, mima el más mínimo detalle y, sobre todo, se abandona totalmente a una dirección que bucea en las palabras, en el ritmo, y en todo aquello que hay detrás… Un buen espectáculo en el que quizás cuesta de entrar, pero que guarda pequeños tesoros en su interior.