Tercera parte de la Trilogía del Amor, musicales dirigidos y escritos por Alícia Serrat (Pegados) y producidas por Daniel Anglès. Si a Per si no ens tornem a veure vivimos el amor de cuento, de juego, un poco ñoño si bien es lo que todos quisiéramos vivir, salías sonriendo, a Tot el que no ens vam dir, el amor que duele, el de aquello que callamos y tiene consecuencias, tanto o más que aquellas que sí decimos, salíamos repasando relaciones vividas, ahora en El temps que no tindrem, el amor más grande, tal vez, el de madre a hijo y el de hijo a madre (que no son lo mismo), salimos pensando que tenemos que llamar a nuestras madres.
Un amor absoluto, intenso, que sólo se explicita en una dirección y la otra espera, sabe, que no haya que hacerlo. Un amor que no valoramos hasta que no lo tenemos, somos así de idiotas. Con música de Dani Campos y algunos homenajes a los ’80, la obra es grande y profunda sin pretenciosidad.
Por capítulos, vemos a una madre y un hijo, como juegan, se entienden, se enfadan, se descubren, se quieren, la niñez, la adolescencia, el apoyo constante, a menudo silencioso, algo de vergüenza… Al fin y al cabo, querer cuando todavía puedes, recordar disfrutarlo porque tarde o temprano no podrás hacerlo. El gran acierto es que aquí hay un drama y no se busca manipularnos (bueno, un poco sí, pero en otro sentido) buscando la lágrima fácil aunque más de una cae.
Lo mejor: Mariona Castillo, a quien es un placer ver en la corta distancia, su voz, seguridad, talento, magnetismo y Joan Mas, al que no conocía y no desentona en absoluto.
Sales tocado, cierto, pero con un recordatorio sobre vivir cada momento de este amor, puro como pocos. Y reflexiones sobre qué poco conocemos los hijos como era la vida de nuestras madres antes de serlo, qué dejaron de hacer, por ejemplo.
En resumen: el amor materno-filial en un musical delicado, excelentemente interpretado con humor (mucho), naturalidad (toda), ternura, sin sentimentalismo barato y con emoción a raudales.