La vocación experimental de algunas obras y compañías es una idiosincrasia tan loable como peligrosa. El riesgo es necesario en el panorama teatral para abrir nuevos caminos pero se tiene que asumir que, a veces, estos caminos no llevan a ninguna parte. El suïcidi de l’elefant hipotecat es un espectáculo caótico e irregular que contiene momentos muy interesantes y otros totalmente anodinos e irrelevantes. Si le perdonamos su cierta impostura intelectual y sus intentos fallidos de improvisación e interacción con el público, podemos decir que su base dramática (los textos de Mayorga y Sinisterra) han sido escogidos con buen gusto y inteligencia. En general, no obstante, el espectáculo no acaba de decidir si quiere hablar de temas de actualidad, hacer una sátira sobre la sociedad del exceso de información, una metáfora de la crisis de pareja o un juego sobre el conflicto pos-moderno entre realidad y ficción. Aunque parezca extraño, todas estas posibilidades conviven en la propuesta, la mayor parte del tiempo de manera inconexa. Suerte del talento de su reparto (especialmente, ciertas actrices) y de la música en directo que llenan de vida el montaje hasta hacerlo digno. El otro gran acierto es acabar con un monólogo fascinante que es, de largo, lo más destacable de todo el espectáculo y que, desgraciadamente, no tiene nada que ver con casi nada de lo que se nos ha ofrecido antes. Si cada espectador hace el ejercicio de quedarse sólo con lo que más le ha gustado de la mezcla, es probable que satisfaga a mucha gente, a pesar de ser, en conjunto, bastante cuestionable.
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