Hay capítulos de la historia que, aunque no estén marcados a fuego en los libros son los auténticos escaparates de la realidad vivida. Esta obra muestra uno de estos elementos que evolucionaron y acabaron desapareciendo, marcando para siempre la vida de muchas personas, especialmente la de las mujeres.
Con esta producción escuchamos y acompañamos a dos trabajadoras de la fábrica de telares de una colonia de las miles que había por toda Cataluña. Ubicada al lado del río, para usar la energía hidráulica mediante turbinas, alrededor de la fábrica los “amos” construían la colonia, que no dejaba de ser una pequeña ciudad donde vivían las personas que trabajaban en la fábrica y sus familias. Para que ninguna oveja se descarriara del rebaño o tuviera ínfulas de mejoras laborales o salariales, en la colonia había todo lo que se necesitaba: trabajo, escuela de monjas, tienda (una), médico y, especialmente, una iglesia donde el cura pasaba lista cada domingo. El sentimiento de un gran número de personas era de gratitud hacia el amo que les facilitaba la vida y les daba todo aquello que necesitaban, hasta que entraron nuevos aires, sobre todo ideas nuevas, y todo cambió.
El texto consigue con mucha precisión y destreza concentrar en poco más de una hora la historia del nacimiento y muerte de las colonias y de las fábricas de telares. Empieza a finales del 1800 y acaba a finales de los años 90 del siglo XX. Durante todo este trayecto se nos explica de una manera sencilla y cargada de valor y sentimiento cual era el papel de las mujeres en la fábricas, con aquellos telares enormes y ruidosos que iban aumentando, y también en la vida de la colonia. Se muestra la diversidad de opiniones entre las personas que vivían y trabajaban allí, influenciadas por las novedades tecnológicas y los cambios políticos –se pasa de una monarquía a la república después a la dictadura y, al final, a la democracia-.
La narración a cargo de las dos mujeres sobre el escenario, esplendidas Maria Casellas y Andrea Portella, crea una sensación de entre confesionario y lavadero que hace más cercano todo el relato, donde se explican anécdotas divertidas y también se exponen momentos difíciles que estremecen. Casellas y Portella son un gran acierto para dar voz a estas mujeres, naturales y muy reales crean complicidad con la espectadora que sonríe cuando ellas explican un buen recuerdo y se encoje cuando comparten alguna tristeza.
Esta producción consigue que entremos dentro de esta fábrica y escuchemos a los telares sin parar, que nos adentremos en una colonia -en miniatura- y que nos provoque tristeza cuando reina el silencio. Todo esto lo consigue una escenografía y un diseño sonoro impecable.
Una obra con un montaje natural, emocionante y con unas interpretaciones increíbles. Aquellas que hemos visto y sabemos qué son las colonias lo vemos aquí y aquellas que no, saldrán con una idea muy precisa sobre lo que se vivió allí.