Adaptar al teatro El quadern daurat, de Doris Lessing, es una tarea enorme, gigantesca. La obra de la escritora británica presenta una estructura complicada, poliédrica, con una serie de historias que surgen de otras… talmente como si se tratara de una muñeca rusa. La adaptación de Carlota Subirós juega muy bien con todos los elementos, asume riesgos y ofrece finalmente una pieza limpia, clarificadora y luminosa… a pesar de las sombras y las complicaciones narrativas. La idea del narrador inicial, del que más tarde se justificará su intervención, o el desdoblamiento de la protagonista son hallazgos teatrales que suman y que van dotando a la obra de un interés añadido. Es cierto que la duración del espectáculo es quizás excesiva, y que muchas reflexiones -feministas y políticas, principalmente- pueden dar la sensación de dilatarse gratuitamente… pero no olvidemos el material de donde proviene: una novela de casi 1000 páginas que cuestiona el papel de la sociedad machista, de la supremacía blanca y del comunismo -además de otras muchas cosas- durante una gran parte del siglo XX.
Creo que el gran valor del espectáculo es el rigor y la seriedad de la adaptación teatral (la primera, incluso antes que los británicos), pero sobre todo el acierto de la dirección. Subirós se supera a sí misma, y a pesar de que hace años que asume riesgos y obras monumentales esta tiene algo que la hace diferente… e incluso más arriesgada que las otras. El riesgo de la dirección, sin embargo, se extiende a todas las otras facetas implicadas, puesto que nada se entendería sin la estudiada escenografía de Max Glaenzel, el prodigioso trabajo de iluminación de Carlos Marquerie o el enigmático espacio sonoro diseñado por Damien Bazin. La interpretación, por supuesto, hace el resto… sobre todo con estas dos actrices todoterreno que se dejan la piel en dos creaciones para recordar. Me refiero a las siempre incombustibles Nora Navas y Mia Esteve.