A medida que un director va ganando trayectoria, empieza, cada vez más, a ser conocedor de los recursos escénicos que mejor le funcionan, de cuáles le gusta más usar y con qué se siente más cómodo. El problema aparece cuando estos recursos empiezan a usarse de forma automática, más porque sirven para identificar el montaje con la personalidad de quien hay detrás y no porque, realmente, sean la mejor manera de explicar la historia en cuestión. Esto es un poco lo que pasa con El poema de Guilgamesh, rei d’Uruk, espectáculo inaugural del Grec 2018 a cargo de Oriol Broggi. No creo que sea justo decir que es un mal espectáculo porque no lo es. Teniendo en cuenta que se basa en un texto de hace más de 4.000 años (elegido porque encaja a la perfección con la narrativa del festival), solo el hecho de conseguir darle forma, hacerlo digerible, comprensible y teatral ya me parece toda una proeza. Esto no quita, sin embargo, que se haga pesado, lento y, en muchos momentos, aburrido, en gran parte, también, por sus repeticiones típicas de la tradición oral de la época.
El equipo de La Perla 29, sin ningún tipo de duda, merecían, por su aportación teatral a la ciudad y la gran calidad de muchos de sus montajes, el reconocimiento que supone hacer el espectáculo inaugural del Grec. Se lo han ganado y trabajado. Ahora bien, quizás no hacía falta, por parte de Broggi, sumarse al reconocimiento haciendo una especie de autohomenaje donde no sólo repite todos sus trucos habituales (la arena, los palos…), sino que hace participar a todos sus actores y actrices, introduce figuraciones de sus colaboradores (aunque no sean intérpretes) e, incluso, saca al caballo de Bodas de sangre, a pesar de que su aportación, en este caso, es irrelevante. Obviando este torrente de autorreferencias, la pieza tiene soluciones visuales de gran belleza, especialmente, relacionadas con la música y las proyecciones en la montaña. También su reparto hace un trabajo, en general, correcto, con momentos de especial lucimiento. De forma que se puede decir que salvan la papeleta de una gesta complicada, aun con la sensación de déjà vu y sus evidentes problemas de ritmo. No sé si el resto de decisiones son, ciertamente, tan problemáticas pero sí que, por su poca funcionalidad (el Teatre Grec, como espacio, en este caso, se les queda un poco grande) y la gratuidad de los cameos, hacen que la propuesta resulte algo menos simpática.