Una joya este montaje de La Ruta 40 con texto de Thornton Wilder y dirigido por Alberto Díaz.
Casi un siglo de comidas de Navidad de familia americana bien posicionada, retratada con toques de humor, drama, tristeza y melancolía en casi 60 minutos. Con palabras sencillas, lejos de grandes discursos, la vida desfila ante ti, con episodios que se repiten y marcan los márgenes del folio donde se va escribiendo la vida. Al final, es darse cuenta de que la vida es un círculo por el que transitan todas las familias, donde las alegrías y tristezas van y vienen, se repiten y son de orígenes similares (nacimientos, matrimonios, muertes …).
Esta larga comida es pequeña pero enorme, la vida de una familia que en el fondo es la de casi todas, parece sencilla porque no quiere ser grandilocuente pero contiene las complejidades de la vida, corta pero transcurre un siglo, breve pero te acompaña durante mucho tiempo, tierna pero sin sentimentalismos innecesarios, dramática pero te hace sonreír…
Los actores no sólo deben asumir varios roles sino que su transformación física ante nuestros ojos, como los afecta el paso del tiempo sin recurrir a maquillaje o vestuario es impresionante. A lo largo de los años hemos podido ver varios repartos, cada uno con sus matices pero siempre con la delicadeza que el montaje destila incluso antes de empezar con el precioso cartel y una puesta en escena tan sencilla como elegante.
En resumen: Intensa como la vida, delicada como un pétalo. Si después de 6 o 7 veces de ver una obra, con diferentes intérpretes, aún te deja con la boca abierta y se te humedecen los ojos, es que es una maravilla. Y una prueba clara de que no se necesitan grandes recursos económicos sino talento para crear obras maestras.