Aparentemente, esta adaptación musical de El jovencito Frankenstein lo tenía más fácil que la reciente La familia Addams, puesto que, en este caso, ya se tenían la historia y los chistes hechos y solo se tenían que añadir las canciones. Sin embargo, nuevamente, el resultado no llega a ser tan satisfactorio como cabría esperar. Esto visto, no obstante, solo desde una perspectiva del espectador local y la cartelera catalana. En realidad, este producto nace, originalmente, de la mano de Mel Brooks que, después del éxito obtenido con la adaptación musical de Los productores, decidió llevar a escena otra de sus películas. Desgraciadamente, ya tras el estreno en Broadway en 2007 no recibió críticas demasiadas entusiastas. Y es que las canciones compuestas por el mismo Brooks y Thomas Meehan tienen cierta gracia pero no resultan memorables y, en ningún caso, consiguen ser narrativas. En la mayoría de los ocasiones, son frases estiradas o gags alargados del guion original.
Pero, volviendo al montaje dirigido por Esteve Ferrer, hay que valorar que es dinámico, tiene un ritmo muy ágil y un reparto de gran talento (destacando una especialmente inspirada Teresa Vallicrosa). El problema es que no luce en términos de producción (la escenografía es casi inexistente) y el tono es tan caricaturesco que acaba restándole humor por exceso. La gracia del filme original era la combinación entre la seriedad de la imagen (blanco y negro, ambientación clásica) y el sentido del humor que rompía una y otra vez esa solemnidad. Aquí se pierde este contraste, buscando todo el rato la exageración, y es una lástima porque había opciones de jugarlo. Más allá de esto, evidentemente, la apuesta es divertida, está llena de guiños a los fanáticos de la película, es amena y apta para entretener a todos los públicos. Tal como está el panorama, quizás es que le pedimos demasiado. O quizás no. Vete a saber.