Escuchar los versos de Calderón de la Barca siempre es un gusto y un privilegio, y si se trata de los versos de uno de los mejores autos sacramentales que escribió todavía mejor. El gran teatro del mundo no deja de ser una pieza religiosa con una estructura a alegórica y un tema eucarístico, que a menudo se representaba –como todos los autos sacramentales- el día de Corpus Christi, pero no hay que olvidar que Calderón fue un autor revolucionario en el género y lo que hace con esta pieza es realmente un prodigio y un muestrario en el que posteriormente se reflejarán otros muchos autores. Para empezar, articula un tema central que da mucho de sí: considerar el mundo como un teatro, donde cada cual juega un papel social. A través de cinco partes diferenciadas, veremos como el Autor (o el Creador) habla con el Mundo y entre los dos eligen a los personajes de la comedia, los hacen actuar y después los desposeen de sus papeles para volverlos a citar en una especie de eucaristía final que supone el colofón.
La Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) tenía que volver una vez más a esta obra fundamental del Siglo de Oro, y lo hace esta vez bajo la dirección de Lluís Homar y una dramaturgia en la que también han intervenido Xavier Albertí y Brenda Escobedo. El montaje empieza con fuerza y con un interesante estilismo que después no acabará de ver la continuidad con los otros personajes. Antonio Comas, en el papel del Autor, dice muy bien el verso y lo defiende también con una contundencia que no siempre vemos en el resto de intérpretes. Y creo que esta contundencia, o presencia escénica, es importante para que el verso llegue al espectador de una forma clara, directa y también lo más entendedora posible.
Quizás no será la mejor versión posible de un clásico como este, pero siempre merece la pena reencontrarse con Calderón… y también con el CNTC.