Esta versión teatral de El discurso del rey empieza con un hombre desnudo que poco a poco van vistiendo -o disfrazando- de rey. Una buena y acertada metáfora para una obra en la que uno de los personajes llega a decir: «El rey sólo es un actor, y la familia real una compañía de teatro.» Si tenemos en cuenta que este actor principal no puede escoger gobierno, ni hacer leyes, ni decidir si conduce o no su país a la guerra, nos daremos cuenta de que todo ello queda supeditado a una cuestión de imagen y oratoria. Hasta aquí todo entra dentro de lo que se considera aceptable, pero… ¿qué pasa si la oratoria es lo único que este personaje no puede aportar? ¿Qué se hace con una persona que sólo sirve para una cosa… y no la puede llevar a cabo?
La idea del rey tartamudo que se ve obligado a hacer un discurso para animar a la nación era, sin ningún tipo de duda, un tema del que se podía sacar mucho jugo. Primero fue en forma de guión para la famosa película de Tom Hooper, y ahora llega en una versión teatral que respeta mucho el original pero que pone el foco en otras partes de la historia. En este sentido, el personaje de Jorge VI -magníficamente interpretado por Adrián Lastra– y las intrigas políticas que lo rodean acaparan toda la atención, en detrimento de las sesiones de logopedia que tanto juego daban en el film. Es cierto que la duración del espectáculo es excesiva y que algunas escenas previas a la coronación se hacen eternas, pero no se puede negar a Magüi Mira la voluntad de distanciarse de la versión cinematográfica y utilizar elementos diversos y bastante efectivos -los bailes, la gestualidad de algunos momentos, la decisión de mantener a todos los actores en escena- para teatralizar una historia en la que muchos no dejamos de ver los rostros de Colin Firth y Geoffrey Rush.