Tratar el tema de los desahucios con las cenizas de la Thatcher encima de la mesa tiene su ingenio y su gracia. Hablar de una gran ciudad catalana -supuestamente Barcelona- a través de un travestido, un taxista y una activista es un poco trillado pero puede resultar pintoresco. Utilizar personajes «simbólicos» como el gobernador del Banco de España aumenta el absurdo, a pesar de que el absurdo y la farsa son los géneros que pretendidamente se quieren abordar… Dicho todo esto, pienso que El carrer Franklin parte de unas premisas interesantes… pero para mí acaba quedándose justamente al inicio de todo. No veo una evolución de estas ideas, sino una simple exposición; no me divierte demasiado nada de lo que ocurre, sino que me provoca extrañeza… y en ocasiones un poco de vergüenza; no creo que el argumento favorezca el pensamiento crítico de la autora, más bien lo banaliza.
Si la calle Franklin hubiera sido transitada por gente menos importante, seguramente hoy no estaríamos hablando de ella. Creo que todos los autores, directores y actores de renombre tienen derecho a hacer sus boutades, pero entiendo que ellos mismos tienen que ser conscientes de los riesgos que corren… Sea como fuere, me gustó ver a Xavier Albertí y a Oriol Genís en su salsa, divirtiéndose de lo más en medio de un escenario apretujado de muebles. Por cierto, la estética de la obra, con decorado de Enric Planas y vestuario de Albert Pascual, tiene un punto de fealdad que funciona bien e incluso me recordó, en ocasiones, a los dibujos de Nazario.