Josep Julien fascina con su interpretación de un matón de poca monta en Irlanda del Norte. Su historia es de aquellas que nunca se explican, la de los personajes secundarios que se parten la cara a cambio de cuatro duros por el cabecilla de turno que controla tal o qual negocio turbio. Josep Julien se transforma en este personaje y le da vida con grandes dosis de ternura y verdad, mirando con intensidad a los ojos del público.
El bon lladre es uno de aquellos monólogos que, gracias a contar con el actor adecuado, se convierten en pequeñas joyas.