De pronto, ante nosotros, una cuadra, tal vez encantada, un espacio simbólico en el que será posible para la protagonista (Ana Scannapieco) rebuscar entre los recuerdos, manipularlos, recomponer los retazos que deberán reconstruir una identidad, o asumirla, en cualquier caso.
Lisandro Panelas, a partir de los relatos de Tess Galagher (segunda mujer de Raymond Carver) da forma de monólogo a una historia sobre la necesidad de reseguir el hilo invisible que nos conecta con quienes nos han precedido para comprender nuestra esencia. La puesta en escena de Panelas tiene que ver, por una parte, con la ambivalencia de la naturaleza de la protagonista en la que conviven gestos caballunos con modos humanos convencionales (trabajo inconmensurable sobre el cuerpo de la actriz), y por otra parte, con una suerte de simbiosis de la actriz con el espacio escénico, con su relación con los objetos y con el caballo que nos dibuja en el aire para hacérnoslo presente.
Es una obra sobre un descubrimiento, un viaje al fin de nosotros mismos, pero el gran hallazgo (por lo menos a este lado del charco) es el de la espléndida Ana Scannapieco a quien el director pone entre las cuerdas durante una hora que la porteña solventa con una lección de intensidad no desbocada y de vaivén emocional que te ata a la silla el rato que ella quiera. La cadencia justa de su decir, el ritmo calmo, la claridad de la dicción… inscriben con letras de oro la actuación de Scannapieco en el libro de la temporada 18/19 barcelonesa.
Dan miedo las rentrées porque parece que puedan prefigurar lo que se avecina. Ojalá que esta vez sea así. No habrá montajes mucho mejores los próximos meses que el de la Compañía Moscú. Poquitos días en Barcelona, y alguno en Madrid. El amante de los caballos es un susurro al oído que fue emitido hace siglos, y La Badabadoc, el santuario en el que nos es dicho.