Lo más complejo de abordar un tema difícil es la manera de enfocarlo. El exceso de humor corre el riesgo de banalizar el problema mientras que optar por la vertiente más dramática puede causar rechazo en el espectador. Discordants tiene la habilidad de encontrar un equilibrio perfecto entre el espectáculo con conciencia social, la comedia y el drama didáctico. Su mejor virtud es la naturalidad con que está planteada la historia y su desarrollo, haciéndola real, digerible, cercana y ejemplar. No es habitual encontrar obras que hablen de una relación donde uno de los miembros tiene VIH y el otro no (es decir, una pareja serodiscordante). Es un tabú. Cómo lo es, aparentemente, para la sociedad misma. Sólo por eso, esta pieza dirigida por David Marín ya tiene un gran valor: la valentía. Desgraciadamente, en cuanto al texto, pasa de puntillas por la transición del protagonista de descubrir la condición de ella a aceptar ser su pareja (por la dificultad que supone la narración o bien por qué no es lo que interesa explicar). En cualquier caso, el retrato psicológico de los dos ante las diferentes crisis, las dudas y el miedo muestra un excelente conocimiento del tema, a pesar de que, por instantes, resulta un poco demasiado educativo. David Teixidó e Irene Hernández aportan su talento y espontaneidad consiguiendo extraer de su amor y sus conflictos la máxima verosimilitud. El final, no obstante, no es del todo concluyente y, quizás, deja un poco al público con ganas de más. Los recursos simbólicos, las metáforas, las situaciones surrealistas que, con humor, explican los sentimientos de los protagonistas hacen pasar una muy buen rato (sin renunciar a las partes más duras) y, por lo tanto, haría falta un tercer acto que satisfaga la expectativa creada de forma más categórica.
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