Esta versión de La flauta mágica es, sin ningún tipo de duda, bastante diferente a todas las que hayamos podido ver antes en Barcelona. Podríamos decir que estamos casi ante una película de animación, pero con cantantes de carne y hueso que aparecen y desaparecen de la proyección mediante una serie de puertas ocultas. No es que no se haya hecho antes… pero en el mundo de la ópera constituye una novedad e incluso un cierto sacrilegio para algunos puristas. Aún así, el resultado es tan espectacular que convence a casi todo el mundo y ayuda a que generaciones más jóvenes se acerquen al Liceu y salgan plenamente satisfechas. Justo es decir, por otro lado, que la ópera de Mozart es de las más adecuadas para introducirse en este mundo, y si hace unos años la versión más naïf de Comediants consiguió aficionar a una gran cantidad de gente creemos que las nuevas tecnologías también obtendrán un buen resultado.
El principal inconveniente de esta versión es que las imágenes tienen una gran fuerza, y en ocasiones la gran cantidad de información visual nos hace perder la atención en algunas arias y hace que nos olvidemos de la música, de Mozart y de otras cuestiones que en el terreno de la ópera tienen un valor. Es por este motivo que, a excepción de las espectaculares arias de la Reina de la Noche (Christina Poulitsi), casi no se aplaudieron a los cantantes en medio de la función, a pesar de ser excelentes y acumular méritos suficientes durante las dos horas y media de duración. Y es que una maquinaria como esta no se puede parar así como así… La orquesta no puede detenerse, la proyección no para y un aplauso fuera de lugar podría ponerlo todo en peligro. En definitiva, un ingenio con sus pequeñas limitaciones pero con grandes aciertos y con una estética cinematográfica -hay claras referencias a Buster Keaton, Louise Brooks o Nosferatu- que me pareció de lo más acertada. Por cierto, la sustitución de las partes habladas por carteles escritos, al estilo del cine mudo, me pareció oportuna y muy de agradecer.