En 1973, Stephen Davis, reputado crítico musical de la revista Rolling Stone, escribió sobre Berlin, el tercer álbum solista de Lou Reed, que se trataba de un «desastre que transporta al oyente a través de un submundo de esquizofrenia, paranoia, degradación, violencia anfetamínica y suicidio». Probablemente, es esta oscuridad que rodea el disco y sus canciones lo que más interesó a Andrés Lima a la hora de llevarlo a escena. Con dramaturgia de Juan Villoro, Juan Cabestany y Pau Miró, el espectáculo es un truculento recorrido por el personal universo del músico norteamericano tristemente desaparecido en 2013 y, en este sentido, funciona a la perfección. Como homenaje, los fanáticos del artista podrán disfrutar de una estética muy cuidada y de la música y las letras de esas canciones, mientras que los profanos de su música se harán una idea bastante clara de cuál era la idiosincrasia de los relatos de aquel trabajo de su primera etapa. El problema es que, más allá de eso, poco nos queda. Tanto Nathalie Poza como, especialmente, Pablo Derqui personifican la imagen del perdedor autodestructivo y desfasado con gran credibilidad y otorgan peso a los diálogos de la función. Pero hay una cierta impostación en su manera de declamar que delata el vacío narrativo de la propuesta. Parece como si se hubiera asumido que la idea de hacer un tributo a Lou Reed fuera suficiente como para llenar de contenido toda una obra de teatro. Desgraciadamente, el resultado es una bella y psicodélica coraza que dentro sólo tiene humo de colores.
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