Después de 10 años de su primera puesta en escena que pudo verse en el Teatro Tantarantana y, posteriormente, en el Club Capitol, Marc Rosich resucita su homenaje a dos figuras icónicas del movimiento underground de los años 80 como fueron el dramaturgo Cope y el pintor Ocaña. El montaje recupera a Oriol Guinart y Víctor Álvaro, sus intérpretes originales, incorporando sólo al joven Jaume Madaula en el papel de sombra de Pasolini. De este modo, retoma aquel original duelo dialéctico entre sus dos protagonistas, atrapados en un aséptico purgatorio donde harán gala de su ironía e ingenio verbal pero también de su ternura. De hecho, la obra es una excusa narrativa para exponer la forma de entender la vida de estos dos artistas, cuya idiosincrasia es, en cierto modo, complementaria. Por este motivo, se echa de menos algo de conflicto entre ellos, puesto que, interesante pero con ciertos altibajos, el espectáculo no deja de ser un par de monólogos contrapuestos. Afortunadamente, Rosich domina bien los diálogos y aprovecha el coyuntura para hacer algunas reflexiones sobre la vida y la muerte, los límites emocionales, los prejuicios sociales y, sobre todo, una defensa acérrima de la libertad y autenticidad individuales. Es, por lo tanto, su trasfondo reivindicativo y, por momentos, filosófico lo más valioso de la propuesta.
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