Estaba claro que tarde o temprano el mundo de Avatar -la famosa película de James Cameron– y el Cirque du Soleil se acabarían encontrando. La megaproductora que lleva a la compañía de circo canadiense, a estas alturas la más famosa en todo el mundo, utiliza cualquier inspiración para ir ampliando su larga lista de espectáculos, que actualmente llega ya a 36. Si en su momento se inspiraron en Elvis, en los Beatles o en Michael Jackson -dicen que en breve harán, incluso, un espectáculo sobre Lionel Messi-, no podía faltar una recreación de la luna Pandora, con sus paisajes imposibles, sus criaturas extraordinarias y sobre todo los na’vi, una raza humanoide de piel azul. Todo esto se traslada de forma casi milimétrica a un escenario de grandes dimensiones, con una escenografía impresionante y un trabajo de proyecciones que pocas veces hemos visto. El universo ideado por Cameron se hace de carne y hueso, pero a veces un espectáculo no puede vivir sólo de un trabajo estético y aquí es quizás donde empiezan a aparecer las pegas. En primer lugar, creo que no había que desarrollar una aventura tan descriptiva, y mucho menos hacerlo con una voz en off tan fría y distanciada. Creo que una vez creado el ambiente deseado podían haber simplificado la historia y centrarse más en los números de circo, que están… pero que resultan escasos, aislados y exentos de emoción. De hecho, toda la parafernalia que rodea siempre los espectáculos de la compañía no ayuda a los números de peligro o de extrema dificultad. Todo resultado tan bonito, tan estético y tan aparentemente fácil que acaba restando méritos a unos atletas y artistas que acostumbran a hacer siempre un gran trabajo. Esperamos que sea solo un pequeño tropiezo o un capricho estético, que por otro lado resulta muy agradable de ver.
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