Derqui y la humanidad del monstruo

Calígula

Calígula
23/07/2017

Siempre he pensado que Calígula es uno de los grandes textos dramáticos del siglo XX, y todavía hoy sigue exhibiendo una gran fuerza poética y un mensaje contundente y complejo sobre el poder y la forma de ejercerlo. Quizás es por eso que Mario Gas ha querido huir de las togas y universalizar la historia, a pesar de que el recurso de los trajes blancos es calcado al que utilizó Ramón Simó en el montaje del 2004 en el TNC. También ha querido prescindir de elementos secundarios, reduciendo el decorado a una rampa inclinada que recuerda al Palazzo de la Civilità Italiana, uno de los edificios fascistas que todavía queda a Roma. En resumen, un montaje que juega con los mínimos y que deja toda la responsabilidad a los actores… Y aquí sí que hay que escribir en mayúscula el nombre de Pablo Derqui, puesto que la creación de su Calígula salva un montaje acomodaticio, carente de imaginación e incluso aburrido a ratos.

El gran mérito de Derqui -y en parte también del director- es que no construye sólo su Calígula como un desequilibrado o como un asesino caprichoso, cosa que es de agradecer. Busca la parte humana del monstruo y permite así desarrollar el discurso de Camus, que navega entre el pesimismo, la desilusión y la racionalización del mal. Un trabajo consciente y meticuloso que quizás habría necesitado un mejor envoltorio y unos compañeros de reparto más cohesionados, de los que sólo destacaría a Mònica López y Xavier Ripoll. De todas formas, pienso que en un teatro cerrado la cosa mejorará, puesto que el trabajo de iluminación y de sonido funcionarán, casi con toda seguridad, mucho mejor que en el Grec.

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