Parafraseando el título de una sátira ya casi olvidada de Dürrenmatt (Proceso por la sombra de un burro), el burro protagonista empieza a hablar con su sombra el día en que un incendio lo deja aislado en medio de la era. Dicen que cuando uno ve la muerte de cerca se le proyecta la película de su vida, pero en este caso aparece toda la historia de estos équidos de orejas largas a partir de lo que ha dicho de ellos el arte y la literatura. Se empieza por las fabulas, muy populares entre griegos y romanos, para pasar después a leyendas y pequeñas historias medievales, como la de Fray Anselm Turmeda. No faltarán las referencias al Sueño de una noche de verano, Don Quijote de La Mancha o Platero y yo.
La obra hace un repaso a la historia de la humanidad, aprovechando aquellos momentos en que los asnos también compartían protagonismo con el hombre. Una pieza divertida a ratos, un poco estirada en otros, y sobre todo muy delicada y elegante a la hora de seleccionar los textos representados. Quizás se hubiera podido acortar un poco toda la primera parte y también habría estado bien buscar una escenografía que permitiera la visibilidad en toda la platea (todas las butacas del extremo izquierdo ya se pueden ir olvidando de ver la sombra, porque queda oculta hasta casi el final). Otro tema a mejorar sería la sonorización de los instrumentos y también de los dos actores acompañantes, que a momentos quedan como en sordina.
No sería justo acabar el comentario, sin embargo, sin habla del gran artífice del espectáculo y auténtico reclamo para acercarse al Romea. Me refiero al gran Carlos Hipólito, que aquí vuelve a dar una pequeña lección teatral. Su perfecta dicción, su tono emotivo y empático, así como su gran saber estar, convierten su interpretación en una buena muestra de todo el que puede hacer en un escenario.