Tenemos tendencia a exigir a los musicales que se hacen en nuestra casa que sean un reflejo de aquellos que se hacen en grandes escenarios mundiales como Broadway o el West End. Teniendo en cuenta la inversión y la cultura de musicales que hay en estos dos lugares, no es de extrañar su dedicación, hecho que aquí no se puede comparar.
Dicho esto, este es uno de los musicales imprescindibles de la temporada, no solo por la historia -ampliamente conocida por todo aquel que haya visto la película del 2000- sino por todo el montaje encima del escenario, la música en directo y la espectacular interpretación de todos los niños y niñas que forman parte de la producción.
Recapitulemos en la historia: Billy es un niño de la Inglaterra de Margaret Thatcher que, mientras ve que su padre y hermano se quedan sin trabajo porqué están cerrando las minas, él descubre una pasión por el ballet que no sabía que tenía dentro. Gracias a la señorita Wilkinson, aprenderá la técnica, pero también a no dejarse vencer por las dificultades. Y acompañado por su amigo Michael todo será, además, más divertido.
La escenografía es de una calidad extrema y la transición entre escenarios está hecha con mucho cuidado y agilidad para no interrumpir la narración en ningún momento. Música en directo, que siempre es un placer, y unas voces cuidadas y bien trabajadas crean el marco de esta historia. Todos los intérpretes están a la altura, pero es necesario destacar sin ninguna duda a los niños y niñas que forman parte de este espectáculo. Con una disciplina increíble y un talento inconmensurable, cada intervención de Billy, Michael, Debbie o cualquier niña del curso de ballet o niño del pueblo se convierte en un auténtico acontecimiento.
Max Vilarrassa fue el Billy Elliot del pase que vi -hay 5 que se intercambian por función- y dejó con la boca abierta a todo el público, que contaba con un gran número de niñas y niños en las butacas. Una técnica vocal cuidada y, sobre todo, una manera de bailar y moverse sobre el escenario que deja en segundo plano al resto de intérpretes. Fuerza, sensibilidad y trabajo es lo que desprende su Billy. Si continua así, tiene un buen futuro.
Aunque Billy es el centro de la producción, tiene que echarse a un lado cuando su amigo Michael entre en escena. Ya me tenía enamorada en la película, pero en el musical es un roba-escenas impresionante. Angel Olaya, el Michael de este pase, se mete al público en el bolsillo solo con salir al escenario. Con su naturalidad y gracia se hace querer por todo el patio de butacas, y con su número de lucimiento -no adelantaré nada más- nos acaba de confirmar que es una estrella en potencia.
Ante este potencial infantil, los adultos quedan un poco eclipsados y deslucidos, pero su papel real es el de ser el marco de los protagonistas.
La única cosa que chirría un poco en esta obra es la adaptación del texto en algunas ocasiones, pero queda totalmente aplacada por el resto del montaje. Sales del teatro con una sonrisa perpetua en la cara y con ganas de comparte unos zapatos de claqué… ¿hace falta algo más?