La obra clave de José Saramago puede dar pie a numerosas y variadas interpretaciones, pero está claro que hacerla en época de postpandemia abre nuevas ventanas y nos invita a reflexionar de otro modo sobre todo lo que hemos vivido. Por lo tanto, ha sido un acierto llevarla al escenario –no olvidemos que este año se celebra el centenario del nacimiento del autor-, igual que ha sido un acierto la adaptación teatral que ha hecho Clàudia Cedó. Siempre decimos que adaptar una novela al teatro es un reto mayúsculo, pero cuando se trata de un libro referencial y filosófico como este la cosa todavía se complica más. Al final, el resultado es una obra mucho más teatral de lo que imaginábamos, con recursos narrativos acertados y una puesta en escena original.
El otro gran acierto ha sido utilizar actores catalanes y portugueses y hacer una obra bilingüe. Si no fuera por el lamentable sistema de subtítulos (o demasiado arriba, o demasiado abajo) la experiencia habría sido redonda, puesto que permite escuchar las palabras de Saramago en su lengua original y también permite descubrir unos actores excelentes que difícilmente habríamos visto en nuestros escenarios. De hecho, el casting es muy acertado a todos niveles, con una representación catalana que encabezan Montse Esteve, Ferran Carvajal y Jordi Collet, entre otros. Además, la dirección de Nuno Cardoso nos transmite en cada momento la sensación de angustia e impotencia que sufren los personajes.
Seguramente a muchos los echará para atrás la duración del espectáculo, que sobrepasa las tres horas, pero hay que decir que la osadía que han tenido el TNC y el Teatro Nacional Sao Joao merece una oportunidad. Pocas veces habrá la oportunidad de ver teatralizado un texto de esta envergadura, y esto siempre es un punto a valorar…