Yo no sabía qué iba a ver. Rigola como director, Pep Cruz y Alba Pujol eran un atractivo suficiente para ir sin haber leído nada. De hecho por el título supuse que trataba de emigrantes o de alguien que huía “al país de nunca jamás”
Se trata de una apuesta teatral muy original ya que se presenta la relación real entre Alba Pujol y su padre durante la grave enfermedad que lo llevó a la muerte. Pep Cruz es Josep Pujol y los diálogos entre ellos pensados y dirigidos por Àlex Rigola son de una gran emotividad.
No se trata de buscar formas que nos hagan más agradable un hecho incuestionable e inevitable sino de darle la dimensión natural, tranquila, organizada y poética que debería tener la muerte para cerrar el proceso de haber vivido. La forma de vivir y cómo se llega a ella nos proporcionan las claves para un mejor final. La forma de construir la vida ayuda a afrontar la muerte. Todas estas ideas y mucho más están expresadas en la delicada pieza y en el vídeo que se proyecta del Dr. Enric Benito, oncólogo dedicado a cuidados paliativos quien nos recuerda: “la muerte no existe, es un proceso, es una celebración porqué es la última página de tu historia, es la curiosidad por el viaje más apasionante que nos espera”.
Esta forma de vivir la muerte, este optimismo se destila en los diálogos padre-hija. La complicidad entre ellos dos disimula la profunda emoción que transmite Alba Pujol al recordar momentos especiales con el padre. Todo está cuidado y pensado des de la más exquisita ternura y respeto. No podría ser de otra manera.
El escenario es muy sencillo: Una mesa que utiliza Alba para sentarse, apoyarse e ir pasando las preguntas que se proyectan en la pantalla. Pep Cruz está cómodo, vestido como si estuviera en casa mientras que Alba parece que vaya a la procesión de Verges. La luz ilumina tenuemente el público por lo que la conexión entre el escenario y el patio de butacas es máxima.