En una entrevista reciente, Àlex Rigola vino a afirmar que las enseñanzas de vidas anónimas tenían tanto valor como las de los personajes de Shakespeare. Seguramente esté en lo cierto. Y es justamente aquí donde radica la belleza de la obra que dirige: la proximidad humana. Y más en lugar tan común como es la muerte, que, contra pronóstico, hasta ha llegado a alcanzar al mismísimo Punset.
En Aquest país no descobert que no deixa tornar de les seves fronteres cap dels seus viatgers, Pep Cruz y Alba Pujol escenifican y nos comparten, en un acto generoso y a la vez, autocomplaciente, la sabiduría transmitida en los últimos meses de vida de Josep Pujol, padre de la actriz. Aunque el texto arranque con un desgastado discurso moralista y la correspondiente colleja al gremio bancario -¡menuda originalidad!-, luego avanza sinuosamente por los meandros de la vida, la muerte y la enfermedad. Pese el calado de la situación, el drama se sostiene con humor, evitando lo que, por proximidad familiar y temporal -el fallecido traspasó a finales del año pasado-, podría fácilmente haberse convertido en un streptease emocional o en una mera terapia psicológica.
Sin embargo, la intensidad está bien calibrada hasta el punto de darle la vuelta y convertir una obra de muerte en una oda a la vida. Y es que, según nos cuentan, Josep Pujol dio a sus allegados ejemplo de una buena muerte. Y ahora, esta experiencia se ha alquimizado en una performance. Para ello, han recorrido a algunos intelectuales como Jacques Lacan y también al oncólogo Enric Benito, que, con tan solo unos minutos de vídeo, muestra al espectador su insondable comprensión espiritual y biológica. Una exquisitez, una delicia de profesional -de quien, por suerte, encontramos más en youtube– en medio de una obra correcta, bien contenida, desdramatizada y profundamente humana.