Después de Pequeños monstruos, esta es la segunda obra que llega a los escenarios después de haber probado suerte en azoteas o casas particulares. Esta fórmula está dando un aire fresco y más espontáneo a la nueva dramaturgia catalana, pero también hay que decir que a menudo acusa de ciertos males: construcción irregular de las escenas y del ritmo, momentos alargados en exceso, determinadas concesiones al público, etc. Sea como fuere, ojalá que estos males estuvieran en la mayoría de comedias que se estrenan en nuestro país, puesto que en el caso de Animals de companyia nos encontramos con momentos extraordinarios, una comicidad a prueba de bombas y una efectividad que no para de llenar butacas. Es cierto que se quiere hablar de demasiados temas y que quizás los acontecimientos se precipitan hacia un final… que quiere gustar a todo el mundo. Pero también es cierto que el sabor de boca que deja la obra de Estel Solé es bastante amargo, casi desesperanzador. Todos los personajes, interpretados por un reparto muy homogéneo, son unos mentirosos que luchan para sobrevivir en medio de falsas esperanzas y, en definitiva, falsas relaciones y falsas amistades. Recomendable para todos los que no la pudieron disfrutar en su casa, aunque seguro que éstos ya han sacado la entrada para poder volver a aplaudir a sus actores y a su creadora.
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