Iba a este musical, Ànima, sin querer leer mucho sobre el montaje, porque me gusta dejarme sorprender en el teatro, pero sabiendo que era una creación propia, con un equipo joven y donde la historia principal era la de una ilustradora en los años 30. Suficientes detalles para de primeras me encajase muy bien.
Y el musical no defrauda, aunque quizás se me hizo un pelín largo y algunos momentos puede que sean recortables, el producto funciona y gusta: el público acabó en pie y aplaudiendo a rabiar.
Para mí el espectáculo tiene muchos elementos buenos. Me encanta cómo se tratan los personajes femeninos: desde la protagonista, una tía talentosa y con ideas muy claras a pesar de sus inseguridades, representada por Paula Malia, hasta el personaje de Mina (Diana Roig), una mujer libre, emprendedora, segura y una amiga de las que quieres a rabiar, o el personaje de la responsable de color y tintura de la fábrica, Annabel Totusaus. Todas ellas conforman una red de sororidad que no estamos acostumbradas a ver, pero que ya está bien que empecemos a verla en escena, cine, tele, plataformas… se acabó esa falsa idea creada por el patriarcado para dividirnos del enfrentamiento y competición entre mujeres. Y también hay personajes masculinos que representan masculinidades que no se ven tanto y que hay que mostrar más, mención especial bajo mi punto de vista merece el personaje de Víctor G. Casademunt, un amigo de toda la vida enamorado de Greta, la protagonista, pero tan enamorado que pone el sueño de su amada por delante de su propio deseo, apoyándola en sus decisiones en todo momento. Eso es amor del bueno, del que nos merecemos.
El grandioso escenario de la Sala Gran del TNC se ve lleno de fantasía y color, con una escenografía preciosa y grandiosa; y un vestuario que acompaña en todo momento esa majestuosidad, cambiando incluso del gris al color, cuidando así cada pequeño detalle del musical (en la historia el director de los estudios anuncia que realizará la primera película de animación en color).
El lazo del regalo lo pone el final de la historia: a pesar de que el dueño de los estudios se llama Walt(er), el final de la historia es de todo menos Disney; y eso también es maravilloso, porque la vida no siempre es de color de rosa, de hecho la mayoría de las veces no lo es, y ser congruentes con una misma y tus valores, no perder el alma, no venderla, representa mucho más éxito que un final de cuento.
Qué gustazo da ver un espectáculo en el que se nota que no ha habido escasez, que se ha creado con mimo y cuidando cada detalle. Más presupuestos para la cultura, más historias de referentes femeninos que lideran y de hombres de diversos tipos de masculinidades. Gracias Portaceli, gracias equipo de Ànima. Y gracias a la abuela de Oriol Burés y su cajita de dibujos.