Cómo dicen muchos de los aficionados a la ópera, después de centenares de montajes operísticos que optan por la abstracción y el esquematismo da gusto reencontrarse, de vez en cuando, con un espectáculo más clásico. Si se trata de una ópera verista el hecho todavía adquiere una dimensión más razonable, puesto que siempre ha costado sacar de su contexto a determinados personajes. De hecho, el gran protagonista de Andrea Chénier es la Revolución Francesa, y este contexto es el que da sentido e identidad a un conflicto amoroso muy propio de las obras del siglo XIX. UmbertoGiordano la compuso para la Scala de Milà, y enseguida se convirtió en una de las piezas habituales del repertorio, sobre todo por las arias de tenor y la magnífica La Mamma morta que interpreta la soprano.
El montaje escénico de David McVivar, como ya hemos dicho antes, es fiel a la época que quiere recrear. Utiliza una escenografía grandiosa y de gran profundidad, prestando mucha atención a todo el que sucede en el fondo del escenario. En la representación que vi los cantantes fueron el tenor canario Jorge de León -que fue de menos además-, la eficiente soprano americana Julianna Di Giacomo y el excelente barítono Michael Chioldi. Estuvieron acompañados del siempre eficaz Coro del Liceu y un buen número de pequeños papeles, puesto que se trata de una obra con reparto extenso y muchos personajes de cierta relevancia e incluso alguna aria de lucimiento, como es el caso de la vieja Madelon en el tercer acto.