El deseo de una vida mejor o diferente hace que, a veces, las personas se entreguen a la esperanza de conseguir este objetivo, sin darse cuenta de las señales que alertan de un posible peligro. Es en este momento que son vulnerables, que son presas para otras personas sin miramientos. Pero siempre se pueden girar las tornas.
Una joven embarazada que ha escapado del infierno de su relación está a punto de tener a su criatura en una cabaña en medio del bosque con la ayuda de dos comadronas. La idea es traer al mundo al niño en medio de la naturaleza, como lo hacías las mujeres antiguamente. El único problema es que no irá tal y como estaba planeado.
Jordi Casanovas sorprende de nuevo con un texto misteriosos y cercano a una historia de terror. Poco a poco, el relato va absorbiendo a la espectadora a quien le va creciendo la necesidad de saber hacia donde irá la escena.
En una escenografía increíblemente bien elaborada y establecida, un escenario en el cual el público casi forma parte de la escena por la proximidad del espacio, la interpretación del reparto aumenta exponencialmente. Cristina Arenas, Mercè Pons y Meritxell Yanes se olvidan de que hay espectadores/as y se transforman absolutamente en sus personajes. Arenas es sin duda uno de los motores imprescindibles de esta producción, su fuerza interpretando a la joven embarazada se hace presente en cada intervención, dejando asombrado al público. Pons y Yanes acaban de redondear un montaje potente, que atrapa más y más a medida que va avanzando.
Una obra atrevida y diferente, que se sumerge en un imaginario colectivo como son las historias de los ancestros, de las mujeres de agua y las fuerzas oscuras del mundo desconocido de valles y bosques, para acabar mostrando también el terror de las personas sin escrúpulos que solo miran por sí mismas. ¿Cuál es el peor de los horrores?