Es difícil saber si detrás de las obras de Llàtzer Garcia hay mucho de vivencia propia o de recuerdos reales, pero en los programas de mano de muchas de sus piezas siempre hay un punto de partida que nos sitúa la trama en aquel interesante terreno de los hechos reales. Será verdad o no, pero está claro que uno afronta la obra desde otro ángulo, dando a los personajes la verosimilitud que necesitan y dotándolos de una aura de misterio que perdura incluso acabada la función. En su último texto vuelve a pasar el mismo, y los dos personajes principales nos acabarán acompañando a casa… nos guste o no.
Al final, les visions explica la historia de dos hombres adultos que se reencuentran después de muchos años. Comparten una vivencia dolorosa, terrible, pero de formas muy diferentes. A los dos les cuesta avanzar, y sobre todo olvidar. La aparición de una pareja joven lo precipitará todo y hará que tengan que afrontar de nuevo los recuerdos de lo que ocurrió, de aquello que los ha tenido paralizados durante años. La obra habla de la culpabilidad, del remordimiento, pero también de la fatalidad y de las personas que viven siempre con una etiqueta -generalmente negativa- encima. Un ejercicio que permite a Llàtzer utilizar diferentes recursos narrativos, a pesar de que finalmente da la sensación que hubiera podido tensar más la cuerda o llegar un punto más allá.
La escenografía, que no revelaremos, y todo el apartado técnico acompañan una puesta en escena que parece sencilla pero que no lo es. Como tampoco lo es el apartado interpretativo, en el que destaca sobre todo un Joan Carreras pletórico, siempre en el difícil equilibrio entre la realidad y la locura. Una actuación que aguanta todo el misterio, todo el conflicto. Junto a él, unos eficientes Xavi Sáez, Laia Manzanares y Joan Marmaneu.