Es curioso, pero todas las obras que le he visto dirigir últimamente a Òscar Molina (Cloaca, La peixera) responden a un patrón muy similar: reparto masculino, temáticas duras, mucha testosterona a flor de piel, violencia física, muchos gritos y un final con canción. La obra que ahora nos ocupa no se aparta del camino, a pesar de que en este caso incorpora un trasfondo bélico y un mensaje pretendidamente pacifista. El texto, en este caso, está escrito por un actor de 23 años, Fèlix Herzog, que también interpreta uno de los tres personajes. Es una obra ambiciosa, quizás imperfecta o un poco repetitiva, pero meritoria por su osadía y por no tener ningún tipo de miedo a la hora de entrar en el drama, o incluso en la tragedia.
La dirección, desgraciadamente, apuesta por tensar la cuerda a un texto que no requería tantos excesos. Creo que el drama de los dos hermanos enfrentados en medio de una guerra civil (en este caso, imaginaria) no se tenia que forzar tanto. No hacían falta tantos gritos, tantos golpes a la mesa, ni tantos objetos volando por los aires. Tampoco hacía falta impostar un texto que de por si ya nos muestra el dolor y el horror de las guerras. Quizás también sobraba el final simbólico… por otro lado, muy explícito. Sea como fuere, sabemos que es una obra que tiene su público, al igual que lo tuvieron las anteriormente mencionadas. Además, hay que destacar el trabajo escenográfico, y sobre todo el espacio sonoro, que en muchas ocasiones nos mete dentro de la obra más que las propias palabras.